miércoles, 2 de mayo de 2007

Óyeme con los ojos...

Había una vez dos amigos.
Les gustaba platicar. Hablarse mutuamente, de su vida, de las cosas que les parecían importantes. Charlar contentos cuando era oportuno. Susurrarse al oído cuando así lo necesitaban. Eran dos buenos amigos, felices de tenerse el uno al otro.
Un día se separaron. La platica se interrumpió. Quedaron solos. Uno sin el otro.
Buscaron nuevos amigos, buscaron alguno que charlara tan bien como aquel. Más no se les concedió.
Al pasar del tiempo, este par de buenos amigos, se volvieron a encontrar. ¡No cabían de felicidad! Al fin las charlas se reanudarían. Había tanto que contar, tanto que decir.
Uno se adelanto a hablar, dejo salir las palabras. Todo lo que pensó era importante, lo que creyó que a su amigo le interesaría saber. Hablo por largo rato, creyéndose escuchado.
Y así era, su amigo lo escuchaba, pero no le entendía. Esperaba paciente a que terminará de hablar para decirle su confusión. Y cuando lo hizo, el otro no respondió. Tampoco entendía las palabras de su amigo.
Ambos habían perdido la capacidad de entender, de comprender al otro. Tenían tantas platicas guardadas, tantas palabras pensadas, que ahora eran inútiles. Todo por decir quedo relegado.
Se miraron tristes. Por lo que habían perdido. Por las tantas platicas que no tendrían ya.
Así estos dos buenos amigos, quedaron en silencio, mirándose.

1 comentario:

Voz Ruda dijo...

Óyeme con los ojos,
ya que están tan distantes los oídos,
y de ausentes enojos
en ecos, de mi pluma mis gemidos;
y ya que a ti no llega mi voz ruda,
óyeme sordo,pues me quejo muda.

Sor Juana Inés de la Cruz