viernes, 16 de marzo de 2007

Tertulias

La flauta dulce es un instrumento menospreciado. Eso me dijo el maestro de mi hijo, la tarde que le avisé que el niño cambiaría de instrumento. -Dos años en el taller y aún no lo veo entusiasmado con la idea- le dije.
Ahora mi hijo aprende guitarra. Tradición familiar, tal vez.
Y es justo ahora cuando las notas suaves de la flauta dulce llenan mi casa. Una vez por mes se reunen aquí "los músicos". Venidos de diferentes bandas, distintos géneros musicales los formaron. Huérfanos todos de su natal afición han retomado en su madurez ese gusto por el "palomazo". No importan las notas, pues tocan sin partitura, solo importa el sentimiento y ese deseo implacable de hacer música.
Melodías barrocas adaptadas al bajo eléctrico se encaminan hacia un danzón dulzón mientras las guitarras se ponen de acuerdo.
Noche bohemia sin duda. El pretexto ideal para romper la semana y hacer de la plática cotidiana una cátedra de filosofía.
Filósofos, músicos de corazón. Distintas profesiones. Espíritus libres por convicción.

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